domingo, 24 de abril de 2011

La Primaria


Mi infancia fue genial. La recuerdo con un enorme cariño. De hecho fue tan genial que me gustaría que mi hija se quedara con la misma sensación que tengo yo de la mía. La felicidad es pasajera, pero uno de los pasajes que me llevan a ese estado, es el recuerdo de mi infancia.

En ese momento, yo vivía en un barrio con muchos edificios que ahora es una zona muy paqueta o nice. Cuando yo vivía allí, esas palabras no existían. En realidad yo no vivía exactamente allí, si no que era la casa de mis abuelos, pero, por el trabajo de mis padres, pasaba mucho tiempo en ese lugar. Conocíamos a la gente y la gente nos conocía, lo cual, a la hora de hacer “de las nuestras”, no era muy bueno, ya que siempre alguien iba y buchoneaba.

Como a los 4 años se producía lo que yo llamo un segundo parto: te ibas a la escuela. De pasar de estar todo el día en tu casa con tu familia, te explicaban que la escuela era el segundo hogar, la maestra (en ésa época no eran comunes los profesores varones) era tu segunda madre y te metían en un cuarto con otros analfabetas de la vida como vos. El Jardín de infantes y el preescolar estaban bien, pero la primaria era otra cosa.

De golpe y sin avisar, éramos lo suficientemente grandes para tener responsabilidades, ¡nosotros que ni siquiera podíamos decir bien la palabra! Se acabó la ternura de la maestra de jardín y pasamos tener que cumplir reglas. ¡Cómo me costaba no hablar en clases!, ¿por qué no podía hablar con mis amig@s si ya había terminado mi trabajo?, es más, ¿por qué no podía hablar mientras trabajaba si es tan divertido? Había que aprender a sumar, restar, multiplicar, dividir, escribir, leer, historia, los ríos, la capital de un país que en mi vida había escuchado nombrar. Para cuando más o menos leía sin pasar mucha vergüenza, había que aprender el poema de memoria ¡yo, que pensé que jamás iba a poder decir el abecedario completo sin querer matarme! Para colmo, había que convivir con gente grande y vieja, como los alumnos de 6° y 7° grado.

Todo eso lo vivía con mis amigos de la escuela. Allí estaban entre otros: el que no hablaba, los de los lentes, el sabelotodo, la charlatana, la nena linda, los de los aparatos en los dientes, la pícara, el leche hervida, los de las bromas interminables, el petizo, la pulga inquieta, la agrandada… Ellos eran mis compañeros de aventuras. Y siempre había una nueva. A veces terminaban bien e izábamos la bandera y otras, íbamos a visitar a la se-ño-ri-ta di-rec-to-ra (porqué lo decíamos separando sílabas es algo que nunca comprenderé) a la salud de la maestra que nos tocaba.

Fuimos creciendo, y los juegos de niños cambiaron. De la marinerita, pasamos a los asaltos donde nadie perdía nada ni salía lastimado, y de la Farolera a un semáforo de 20 colores. Podías tener vergüenza, pero el desafío era pasar el Verdad Consecuencia y salir airoso.

Y así, un día me fui. Me mudé a otra ciudad y Esteban, Juanma, Jessica, Laura, los Diegos, Juan, Silvina, Malena (sí, como la del tango pero en una versión más hippie), Emiliano, Federico, las Paulas, Paola, Gisela, Romina, Mercedes, Lee, Graciela, Ana, Viviana, Sebastián, Rodo y los otros se convirtieron en los “fantasmitas amigables” de mis recuerdos de la infancia que me acompañaron toda la vida.

Vino la secundaria y creéme, si viviste la terrible adolescencia en los 80, con acné, cortes de pelo horribles y una moda insufrible a la vista, estás preparado para enfrentar cualquier desafío que se te ponga enfrente. Esa es otra historia.

Si me preguntás algún recuerdo de mis amigos de la primaria, puede que te cuente algunos, pero no muchos, porque con ellos me pasa algo especial, algo que a veces se vive con la familia y sólo con algunas personas especiales que conocés de "grande". Yo casi no los puedo recordar con la cabeza, los recuerdo con las sensaciones, con las emociones, con el sentimiento. Los recuerdo con otra forma de sentir y de pensar, distinta a la que suelo usar hoy. Mis amigos de la primaria, junto con mis primeros amigos, son mis amigos “viscerales” y siempre me acompañan desde adentro, ellos siempre van conmigo. Ellos son parte de lo que soy.

¡¡Gracias amigos!!

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