domingo, 24 de abril de 2011

No, no hablamos el mismo idioma


N.d.A: este texto contiene algunas de las mal llamadas “malas palabras”. Si no van a entender que están puestas en un contexto y para ayudar a comprender una situación, por favor no lo lean, es muy feo indignarse sin saber por qué.

Recuerdo que hace más de 4 años, cuando me vine a vivir a México, una de las cosas que me decían amigos y familiares es que por suerte me iba a un país donde hablábamos el mismo idioma y que seguramente eso ayudaría en mi adaptación. La verdad que yo pensé lo mismo.

A ver, está claro que lo que hablamos, en realidad, son dilectos conformados por: lenguas indígenas, mezcladas con países europeos con los que se ha dado el mestizaje (¿que adivinen qué? ¡también son lenguas de una región!, que luego se oficializaron, pero en una época eran sólo eso), más los dialectos de países vecinos, etc. O sea un quilombo. Como dice el dicho “Los mexicanos descienden de Aztecas y Mayas, los Peruanos descienden de los Incas y los Argentinos desciendes de los barcos” y en la vida cotidiana se nota. Porque la intencionalidad que le damos a las palabras en nuestra vida diaria, más los gestos, o la falta de ellos, que las acompañan es lo que conforma lo que usualmente llamamos idioma. Si a eso le sumamos las reglas culturales… Bueno ¡una ensalada maravillosa!

Se los hago un poco más gráfico. Los argentinos gesticulamos más que los mexicanos, además que hablamos en un tono de voz un poco más elevado, creo yo, herencia de ancestros italianos. Si bien no tengo ascendencia italiana, sus formas de hablar y comunicarse están ya tan arraigadas en las argentinas, que, por ejemplo, cuando escucho a un italiano, por más que no sepa el idioma, lo entiendo, porque me “suena de oído”. En general al mexicano no le pasa lo mismo. No se ponen a pensar en la casta italiana, sino que, cuando nos escuchan hablar, somo para ellos como “unos gritones, que hablan golpeado, y mueven mucho las manos”, incluso, en algunos lugares esto no está visto como algo agradable.

Les cuento 2 de las tantas anécdotas que tengo desde que vivo aquí.

Al poco tiempo de llegar, observé que, cuando alguien tenía un gesto de amabilidad, como lo es dejar cruzar a un peatón cuando va en el auto (dejemos de lado la ley de tránsito y tomémoslo sólo como un gesto de amabilidad), la persona agraciada, en este caso el peatón, quebraba su codo y levantaba su mano abierta. Yo estaba francamente indignada, pero no decía nada porque veía que mi esposo, que es mexicano, no decía nada. El hecho se repitió varias veces y mi indignación iba creciendo. Hasta que un día, le pregunté a mi esposo qué quería decir para él eso. Viendo mi cara y esbozando una sonrisa, porque sabía que la situación iba a dar para la carcajada, me preguntó qué significaba para mí. “¡Andá a la puta que te parió!” le dije haciendo el gesto. Obviamente la carcajada vino y me dijo “No, acá es gracias”.

No todos son malos entendidos… o al menos no todos son perjudiciales. El otro día iba en el auto y me encerró un colectivero y se puso a discutir. En el medio de la discusión, aceleré el auto y lo dejé hablando solo, no sin antes hacer solamente el gesto de “¡andá a la puta que te parió!”. Pero ¿saben qué? Hasta quedé bien, porque estoy segura que el tipo se fue con la sensación que ¡le agradecí por dejarme pasar!

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